
Llegué a la cita a tiempo.
Ahí estaba yo, bajo aquel poste doblado,
con la luz color ámbar y
el sonido de la tarde casi noche.
Podía escuchar los cortos pasos
e imaginaba las miradas:
cuando pudieran alojarse en un destino exacto,
lejos de las calles.
Miraba el reloj y,
de paso,
gotas de lluvia;
una especie de fulgor extraño
y humo de motores que se alejan sin descanso.
El aire me daba
y yo también.
Ofrecía una buena cara.
Ese frío
con un fresco encanto que permite
el abrazo a los amantes.
Nunca vi otra neblina
en estas calles;
tan firme, llamativa y
además provocadora.
Se extiende por las banquetas
y se quiebra en el pavimento que,
por lo mojado, parece espejo.
Todo va sucediendo cuando
se espera, en tardes como esta.
Los niños con bufandas
y las risas, las
muchachas, el puesto del periódico,
las oficinas, los perros, los camiones,
los amigos...
Ahí estaba yo,
llegue a la cita a tiempo,
cuando otros, muchos otros
ya se habían marchado.
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