
La idea de los arlequines me parece sofisticada.
Ellos saltan y se acomodan como los rombos de alguna pintura.
Sus rostros en blanco, están bordados por tonos rojo escarlata.
Sus cantos son excitantes y, al observarlos, su respiración oscila.
Ellos saltan y se acomodan como los rombos de alguna pintura.
Sus rostros en blanco, están bordados por tonos rojo escarlata.
Sus cantos son excitantes y, al observarlos, su respiración oscila.
Ya se mueven de un lado a otro, ya se cuelgan de la viola.
Si los ves no sabes cuantos años tienen y la verdad no importa.
Dicen que tienen una especial simpatía por el diablo.
Al Rey le bailan de frente y él les dice: sus satánicas majestades.
Los he visto salir varias veces de los cuadros de Dalí.
También, corren entre las mujeres desnudas de Picasso.
Otras veces se asoman sonrientes entre las piernas de Chuck Berry.
Se toman cervezas en Sant Louis, Misuri o en la rivera del Mississipi.
Son, como que más libres y solitarios, aunque se han dejado acompañar por el mundo.
Se forjan en solitario, juntos o combinados y el resultado, casi siempre, es el mismo.
Las tardes de Nueva York se las sirven en una copa conversando con Andy Warhol y contando historias con Muddy Waters.
¡Hey Negrita! gritan buscando una salida para las olas del mar.
Se han tatuado la lengua y "grafitiaron" el silencio. Han hecho trabajos sucios.
Siempre es bueno sentarse en un buen sillón, verlos y escucharlos.
Por eso, la idea de los arlequines me parece sofisticada y bastante, bastante oportuna.
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