Y nos dimos cuenta, que el silencio
no inaugura las ausencias,
ni conversa con la espesa trayectoria
de los besos.
Entonces supimos guardar a~os
en fragmentos de arena precavidos
resbalando a toda prisa por el vidrio.
Nuestros dedos,
dibujaron en vapor una silueta
y surcaron sin remedio nuestras
almas.
Aquí esta la piel,
enchinándose en otoño con el sol
y quebrándose en el rumbo
del deseo.
Nadie podrá mirar hacia la nada
cuando la marea se inflame
y riegue nuestras flores desoladas.
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