Es, como cuando se iba al cine,
tras el cristal los pistaches.
Hoy perdura el abrigo o la chamarra,
la tía o mamá comprando un chocolate.
Tus ojos que se hacían tan grandes
y tu piel chinita; mojando
el contorno de tus boca tan bonita.
Tu corazón vivía al mismo tiempo
que los inviernos y jugabas
en el frío gritabas y corrías.
A ti no te toco la duda
el desconcierto de estos
tiempos, pero aún así
no importaba si la había;
tus rodillas se posaban en el pasto
y tu risa surcaba las
largas enredaderas del verano.
Subías a la bicicleta,
hablabas con tus primos
de cuentos de fantasmas y
algunas otras frases
de amor y besos complicados
que caían en tu interior
como rocas en un peñasco.
Y ¿cómo fue que apareció?
aquella primera mirada que
te envió aquel espigado ruiseñor
que luego de un silencio
se marcho.
Cada día vas renovando brisas
y llantos en un arcón gigante
incrustado en la base de tu vida.
Mejor era gritar y perseguir
a los hermanos, saltar y ver llegar
la noche para entrar al baño y
dormir esperando un nuevo día.
Tu pecho se alimenta de amor,
sonrisas y manos tiernas que
tu piel acarician.
Así, los sueños de una tarde se
convierten en el sol que
ilumina a medias, las lágrimas
brillantes que en momentos
se cansan de colgarse de tu vida.
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